miércoles, 13 de abril de 2011

Unidad II / Tema 3

“TRANSFORMAR LA PRÁCTICA DOCENTE DE LOS MAESTROS DE LA ENM: ¿UTOPÍA O REALIDAD? REFLEXIONES EN TORNO A UNA EXPERIENCIA DE ACTUALIZACIÓN”
Autor: Juan Manuel Rendón.
“Si avanzo, sígueme; si me detengo, empújame; si retrocedo, mátame”
-       Ernesto “Che” Guevara.
En esta ocasión, trataré de hacer mi reflexión en Do Mayor, ergo, bajándole de tono.  Lo anterior no es por los comentarios cuasi-sarcásticos de aquellos que creen en las bondades del sistema a ciegas, ni porque esté dando mi brazo a torcer en cuanto a ideología o cosmovisión se refiere, sino todo lo contrario.  A veces, para avanzar, uno debe volver sobre sus pasos y tomar impulso.
Como lo marca el título, el presente es el análisis de un escrito que comparte la experiencia de alguien que piloteó un programa de actualización docente en México en la década de los ochentas.  Cuatro aspectos son los abordados por el autor en esta corta, pero contundente, lectura:
1)    Contexto histórico-institucional antecedente:
El ambiente educativo en cuanto a formación de maestros, se vivía en constante hostigamiento entre dos caras de una misma moneda: autoridades académico-administrativas y burocracia sindical.
El autor resalta el nombramiento de Jesús Liceaga como Director de la Escuela Nacional de Maestros (agosto ’85), como un evento que trascendió de manera impactante y renovadora en la institución.  Lo anterior se debe a que promovió durante su gestión, la reorganización del sistema escolar en tres ejes fundamentales:
a)    Organización administrativa.
b)    Planeación institucional.
c)    Superación y actualización de los docentes.
A lo anterior, se le agrega la inclusión en los cargos directivos de sujetos de corriente ideológica diferente al poder hegemónico.  Para hacer el cuento corto, eso le costó que lo tacharan de “disidente”, de “anti-normalista”, “anti-institucional”, y otros tantos “antis” que, a fin de cuentas, lograron que fuera obligado a renunciar en 1987. 
No se mal entienda lo antes referido como una derrota total de la lucha sin manos contra el enemigo que duerme en casa, porque, si bien no perduró al mando de una institución tan importante como es la ENM, al menos sembró la semilla de la discordia en ella.
2)    Desarrollo de la experiencia.
El objeto medular del escrito, consiste en exponer un proyecto que se echó a andar en diciembre de 1985, llamado “Departamento de Extensión Académica” (DEA… sí, como los antinarcóticos gringos).  El propósito de dicho programa, era armar un proyecto viable de superación profesional.
Como alternativa técnica, eligieron la del desarrollo de programas de acción centrados en la reflexión sobre la práctica docente.  Lo anterior implicaba dos cosas:
a)    Elevar a nivel de categoría central la práctica docente.
b)    Optar por un programa global de formación docente con énfasis sobre modalidades de larga duración.
Entonces, sobre las implicaciones antes explicitadas, se echaron a andar proyectos de castillos en el aire, con unos objetivos muy bonitos y pensados en pro de mejorar la calidad de la docencia mexicana, haciéndolos reflexionar profundamente sobre sus cimientos y sus expectativas… en fin, cosas que no se cumplieron por:
a)    Falta de presupuesto.
b)    Falta de interés docente.
c)    Sobre-expectativas.
El cierre de este capítulo es la conclusión de que algo que demeritó el programa de grave manera fue una evaluación verdadera del posible impacto que los cursos pensados tendrían sobre la práctica docente, lo cual considero muy atinado, pero a la vez demasiado realista.  Si los estudios probables de aprovechamiento de los cursos apuntaran a bajar de ritmo ciertas intensidades de reflexión, o ciertos tópicos que no son bien aceptados por la mayoría de los docentes, entonces… ¿qué tan verdadero y radical podría ser el cambio?

3)    Relación con los problemas de la práctica docente y el deber ser.
Este apartado se mueve en dos aspectos fundamentales de convivencia entrelazada: la política institucional y la práctica docente.  Si bien los ejes anteriores se ven forzados a funcionar tomados de la mano, habría que ver qué tanta relación de coerción hay en eso, pues, a mi punto de vista, son una mezcla heterogénea.
Algo es indiscutible, y el autor así lo menciona: existe una práctica alienada y alienante, y la única posibilidad de romper esa cadena de enajenación, es RECONOCERLA como tal.  Un problema aceptado está a la mitad resuelto.
Entonces el autor menciona un primer paso clave para la transformación de la práctica docente, y es, precisamente, el dudar del modelo alienante.  Ese mismo cuestionamiento es el que se propone en la escuela en que estudiamos, la UPN, donde se busca problematizar la práctica docente misma como vía para llegar a transformarla.  Pero es también ahí donde se encuentran las mayores confrontaciones ideológicas de los participantes, pues no cualquiera puede atreverse a poner en tela de juicio aquello que para la mayoría es puro y sagrado.
Una duda circundó mi ser cuando leí esa parte de la lectura, pues es el sistema mismo, o al menos una parte de él, aquel que te pide que lo cuestiones, entonces, ¿no es una forma más de alienación?  Esa pregunta queda de tarea, por no meterme en terrenos que prometí no pisar.
4)    Alcances y limitaciones del proyecto.
El autor reconoce dos obstáculos medulares: el deber ser, y la política escolar.  El primero atañe a la ética e ideología del maestro, y el otro es mero artificio de fuerzas sociales del monstruo de las mil cabezas, al que, inextricablemente está unida la profesión docente.
En el primer obstáculo, el autor toca un tema muy importante en su análisis, pues hace mención de las escuelas formadoras de docentes, cual era el caso de la ENM, en donde existen “modelos a seguir” de aquellos “maestros de maestros”.  Entonces se pone de relieve una situación: si existe tal cosa como “modelo a seguir” se está devaluando el propósito de transformar la práctica docente, y la innovación.  Lo malo, y muy bueno a la vez, de la profesión docente es que no hay una guía base que nos diga cómo actuar en determinadas situaciones, pero hay quienes hacemos de nuestros maestros gurús y guías, y eso de alguna manera bloquea nuestra capacidad de creación sobre nuestra práctica.
En el segundo obstáculo, sale a relucir el sindicato en toda su burocracia y el descrédito que trata de imputar sobre las alternativas que no van con el sistema que a todos agrada.  La disidencia siempre ha sido vista como cosa de locos, porque así es como hemos sido educados para verla.  Lamentablemente, nuestra educación en general ha sido basada en cuestiones que no van más allá del bien y del mal, entonces la diferencia la tenemos que encasillar forzosamente: si lo conocido y aceptado es lo bueno, lo diferente es, por ende, lo malo.
Para cerrar, me gustaría hacer una invitación mandada en una botella al mar, donde todos aquellos que gustemos de pensar y sentir, seamos reflexivos sobre nuestras acciones docentes… ¿Hacia dónde estoy encaminando la formación de mis alumnos? ¿Será hacia una continuación del modelo negro/blanco que hemos tenido siempre? ¿Estaremos disfrazando de innovación una continuación interminable de valoraciones gregarias?
Sandra Meza.

sábado, 2 de abril de 2011

Unidad II / Tema 2 / Lectura 1

“EL MAESTRO Y EL DISCURSO PEDAGÓGICO DEL ESTADO”
Autor: Ramón Larrauri Torrella.
El escrito que al momento nos compete, trata sobre el discurso pedagógico del sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988).  A continuación se expone un mapa conceptual con lo más relevante de la lectura:

Como podemos apreciar en la imagen, y bien lo rescató el autor en su texto, existía una discordancia abismal entre el discurso pedagógico del Estado y la realidad que éste promovía en la práctica cotidiana.  Lo anterior prueba la doble moral en la que se desenvuelve la política educativa mexicana, en relación con el discurso cotidiano del gobierno y sus acciones.
Durante el sexenio de De La Madrid, el discurso pedagógico del Estado tenía tres orientaciones básicas:
1.    Democratización.
2.    Participación.
3.    Pluralización.[1]
No es secreto, como lo menciona el autor, que la educación, no sólo en México, siempre haya sido una forma gubernamental de perpetuar el poder de la clase hegemónica, a través de la formación de personas que se “adecúen” a los modos de pensar de ésta.  Así es que la democratización y participación ciudadana dentro del discurso pedagógico no es más que una utopía de papel, que no responde al hecho de que las decisiones importantes para el país sean tomadas “desde arriba”.
En cuanto a la pluralización que se pretendía promover, ésta era sólo una incongruencia más para un país que dirigía sus esfuerzos a la “unificación nacional” como cultura única.  Lamentablemente, como se ha mencionado hasta la náusea, la diversidad cultural del país no ha sido bien aprovechada por los gobiernos que han pasado, y ciertamente se ha fundido la identidad nacional en una mezcla más bien forzada y heterogénea, incluso con elementos extranjeros, que ha ocasionado la disminución (si no es que extinción) del sentimiento de pertenencia regional en muchos de los casos.
Sobre las orientaciones de la educación, la corriente utilitarista sigue predominando en la conciencia colectiva.  Esa idea de que la educación es una inversión, y entre más estudios tenga una persona, más valor económico tiene, es un mito que ha perseguido a la sociedad mexicana a través del tiempo.  En la época actual, la sobrepoblación de algunas carreras, y lo peleado que están los puestos en el mundo laboral, ocasiona que no sea ninguna certeza el estudio como forma de sobrevivir al momento de recibir un título profesional.
Considero que como docentes, es nuestra labor orientar la práctica hacia una concepción de la educación como buena por sí misma, tratar de contagiar ese amor por aprender con nuestro propio ejemplo.  La valoración del punto de vista educativo como formador integral del individuo debería estar muy por encima de su consideración como instrumento tecnócrata.
Estoy consciente de que no cambiaremos el punto de vista de todo el mundo respecto a la importancia de la educación como formadora de seres humanos íntegros y cultos, por encima de la visión educativa como formadora de máquinas de hacer dinero, pero podemos hacer crecer en nuestros alumnos la semilla del hambre del saber; esa necesidad de querer ser mejores seres humanos, más preparados, más conscientes y sobre todo, más capaces de resolver sus problemas para así poder ayudar a la sociedad en general.


[1] LARRAURI Torrella, Ramón. “El maestro y el discurso pedagógico del Estado”, en: Historia Regional, formación docente y educación básica en… UPN, México, 1995, p. 204.